Aromas del Espíritu
Conservo un cuaderno pequeño, de esos sencillos y baratos que se encuentran en cualquier librería. Allí escribo, porque aún me gusta mantener viva esa manera de plasmar los pensamientos, aunque falten pocos meses para que inicie el 2026.
En sus páginas guardo sentimientos y emociones que no comparto con nadie, porque me pertenecen y decido atesorarlos en silencio. Cada vez que mis ojos recorren esas líneas, siento que acarician mi alma: un alma valiente, feroz, noble, amante de la vida, de lo simple y de los instantes plenos de la presencia.
Qué bello es lo simple de la vida, que se transforma en vasto: vida, respiro. Tengo una vida buena. Mis ojos pueden contemplar los rayos del sol, el atardecer, la luna asomándose entre los escombros de las estrellas. Mis manos pueden ayudar a otros a cruzar calles, como a algún adulto mayor que observa el semáforo apoyado en su bastón.
Puedo escribir palabras sinceras que brotan desde dentro; mi boca pronunciar palabras que alimentan el alma, que traen consuelo o sonrisas que disfruto. Mis oídos pueden escuchar melodías que me llenan de alegría. Mi nariz puede respirar aquello que tiene vida, aromas únicos y perfectos como el alma misma.
Aunque quizás no esté escribiendo ahora lo que guardo solo para mí. En el instante puedo decir.
¡Qué bella es la vida! Oh Dios mío, porque es alma, fuente, caricia mayor de bondad, espíritu y verdad. Que dicha es poder asombrarse con cada cosa que nos ofrece la vida.
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